El individualismo, como corriente moral, filosófica, política e ideológica que exalta al individuo por sobre el Estado, la Comunidad y la Economía, ve en el individuo la medida de todas las cosas. Se refleja en el campo económico bajo la concepción ideológica de liberalismo, afirmando que el ser individual necesita completa libertad para su desarrollo. El punto de partida se halla en las corrientes intelectuales de los siglos XVII y XVIII, en el marco de los grandes descubrimientos; el progreso en la experimentación de las ciencias naturales; el relegamiento de la metafísica; el aflojamiento de los lazos religiosos y la disolución de los vínculos profesionales que en la Edad Media ligaba a los hombres.
El racionalismo ilustrado, como defensor de una religiosidad y una moralidad laica, coloca a la razón como fundamento de las normas jurídicas y de las concepciones del Estado. Si se habla de religión natural y de moral natural, se habla también de derecho natural. Y si los principios éticos y jurídicos son naturales, también lo serán aquellos principios que economistas como Francois Quesnay (1694-1774) resumirán en el pensamiento fisiocrático, cuyo núcleo esencial está en la fórmula liberal: Dejar hacer, dejar pasar. La propiedad privada y la libre competencia son naturales, mientras que es contrario al “orden natural” cualquier intervención estatal que tienda a bloquear o a obstaculizar estas leyes naturales. La función del Estado o del soberano debe limitarse a quitar los obstáculos que impiden el normal desarrollo de ese orden.
Tanto el liberalismo como el individualismo encontraron su desarrollo en las teorías de la fisiocracia y en las teorías de la escuela inglesa clásica de la economía política, con Adam Smith (1723-1790) y David Ricardo (1772-1823). Según estas teorías la exaltación del bien privado como norma debía conducir al mejor y más armónico desarrollo de las sociedades. Se quiso liberar la economía de todas las ataduras y tutelas mercantilistas, y se aceptó que de la libre actividad de los individuos nacería un nuevo mundo organizado, capaz de hacer feliz a todos los hombres.
Pero de tal libertad se arribó al libertinaje. La técnica y el desarrollo del capitalismo han conducido a la desigualdad social y al desaprovechamiento del poderío social. La economía capitalista se originó en un espíritu que subordina todo medio, técnica y economía, capital y trabajo, al servicio de los objetivos del dinero, a una plutocracia internacional. El individualismo influye perniciosamente sobre la concepción del Estado y la vida social. Su concepción de Estado se apoya en los partidos políticos, en donde las personas -que el individualismo ha atomizado-, se convierten en masa, mayoría amorfa.
Comienza así la perniciosa realidad del número y del azar. La responsabilidad es relegada y el gobierno se convierte rápidamente en una masa de funcionarios autómatas. En el individualismo/liberalismo los valores económicos son considerados como los más altos y dignos: El éxito económico llega a ser determinante para la apreciación del hombre. Aparece el “homo economicus”, cuya más elevada finalidad es la satisfacción de necesidades.
En paralelo, el marxismo representa la consciente tentativa de eliminar en todos los campos de la vida humana la sobresaliente importancia de la personalidad para sustituirla por el número de la masa. Según Karl Marx (1818-1883), todo es materia y el pensamiento mundial es nada más que el reflejo del mundo material. Verdades absolutas y eternas deben ser rechazadas. En la concepción materialista de la historia, la historia precisamente de una época no deriva de la religión, la filosofía o la política, sino de la actividad económica: Las relaciones materiales, económicas, son determinantes para la historia de los pueblos.
Sobre el fundamento de estas relaciones materiales dentro de la concepción ideológica marxista se erige la llamada superestructura de la sociedad, formando parte de ellas la religión, el derecho, la moral, la política, la cultura, la ciencia, etc. El ámbito total de la cultura es, según ello, inequívocamente determinado por la economía. Toda la vida social es la historia de la lucha de clases, en donde el progreso se logra supuestamente por la lucha de una clase contra la otra. En esa vida económica no se encuentran compatriotas sino siempre explotados y explotadores. Así el marxismo ha avasallado el espíritu, destruido la bondad y excitado los más bajos instintos sociales. Empresarios y trabajadores se consideran enemigos y no miembros de un pueblo.
En el enfoque materialista, liberalismo y marxismo son dos caras de una misma moneda. El liberalismo es el padre del marxismo, y éste no hubiera surgido sin la acción previa de aquel. Ambos son meros instrumentos de la oligarquía financiera internacional, de los grandes intereses financieros que dominan y se reparten el mundo en esferas de influencia.
Darío Coria, profesor de Historia y Ciencias Sociales.