domingo, 9 de febrero de 2025

TEORÍA DE LA ECONOMÍA ORGÁNICA NATURAL

 

La economía no debe considerarse como un ente autónomo o como un proceso natural que se desarrolla según sus propias leyes. Debe ser entendida e interpretada simplemente como un medio, una herramienta para arribar a un fin. En lo inmediato, su finalidad reposa en la satisfacción de necesidades humanas, no en la rentabilidad (hoy por hoy lo único decisivo para la producción de bienes). En lo fundamental, y de fondo, es aquella que genera por su propio accionar la grandeza espiritual, ética, moral y física de un Pueblo.  


En abierta oposición a la ideología del liberalismo, toda economía sana debe rechazar el concepto individualista de ganancia monetaria y de rentabilidad como fines económicos absolutos en sí. Abrazar estos paradigmas capitalistas equivaldría entonces a negar el interés de la Comunidad y considerar el interés especulativo y agiotista del gran Capital. La vida económica (como la vida humana misma) solo debe ser concebida en Comunidad. Y toda Comunidad solamente puede desarrollarse si dentro de ella cada miembro se compenetra con espíritu de sacrificio, vale decir, si cada compatriota se desenvuelve con visión de conjunto.


Como consecuencia de lo anterior, la política económica representa una doctrina de servicio, de valor y de energía que saca sus fuerzas de las entrañas mismas del Pueblo. Por eso a toda actividad económica le debe competer el desarrollo de todas las fuerzas éticas, morales y anímicas de la Nación. No se trata entonces de que la economía procure sacar ventajas en los individuos, tampoco de poner en primer lugar la mejor y más barata provisión de bienes materiales, sino que estén decididamente en primera línea la Dignidad de todos, la Independencia y el Honor Nacional. La economía se concibe como una creación cultural formada por una libre decisión de la humanidad. Reposa en el libre arbitrio del libre querer de los hombres.

 

Una economía orgánica es aquella en donde el Pueblo no vive para la economía y la economía no se subordina a la rapiña y expoliación del Capital Internacional, sino muy por el contrario: es el Capital el que sirve a la economía, y la economía la que sirve al Pueblo. Este es el motivo por el cual debe subordinarse a un Estado (garante de lo anterior). Se desprende así que el Estado no actúa “porque sí” sino que lo hace por ser el regulador, el conductor y guía de esa economía ética-social en su totalidad.


Toda política económica siempre será correctamente dirigida si las medidas estatales sostienen y fortalecen los valores de la nacionalidad. No se trata, entonces, de que la economía procure ventajas a los individuos. Tal como lo sostuviera en su momento el Papa Pío XII (1876-1958), el hombre como persona tiene derechos que deben ser defendidos contra cualquier atentado contra la Comunidad que pretendiese negarlos, abolirlos o impedir su ejercicio. El verdadero Bien Común se determina en el equilibrio entre el derecho personal y el vínculo social.


Por consiguiente, el gran paradigma rector deberá siempre ser “el Bien Común debe prevalecer sobre todo bien privado”, lo que debe entenderse en el sentido de que el natural interés por la ganancia no debe lesionar o despreciar (tan siquiera mínimamente) el Bien Común, el Bien del Estado y el interés de la totalidad. Se debe apuntar, y con exigencias rigurosas, a una conciencia ética y moral de los que actúan en la vida económica. Se suman como presupuestos básicos el reconocimiento de la propiedad y el respeto por la libre iniciativa creadora, en rechazo abierto a toda idea de socializar desde un Estado burocrático y elefantiásico, cuanto no dictatorial, la mecánica de la producción.


La noción de ´Bien Común´, ausente el individuo como sujeto de derechos inalienables, queda enmarcada en las condiciones que favorecen el ordenamiento vital de la Comunidad, en donde otro paradigma rector se impone: “Derecho es lo que beneficia al Pueblo; injusticia es lo que lo daña”. Se subordina toda iniciativa económica individual a las exigencias vitales de la nación descritas. Se “colectiviza” solamente la sustancia del derecho. A su vez, la personalidad libre, creadora y responsable debe ser el fundamento de toda la conducción económica del conjunto. Pero esa personalidad libre y creadora no tiene derecho a pensar solamente en sí misma. Debe subordinarse sí o sí en los más elevados fines estatales en el terreno económico.


La economía orgánica parte entonces de una concepción anti-individualista de la vida social y económica. El individuo por sí sólo no representa nada sino como miembro de una multiplicidad y de una totalidad supraindividual, de la Nación, del Estado; de la exigencia de la estructuración orgánica de la economía en el Estado. Por eso son fundamentales los factores morales y culturales en la consideración de la economía, y a la vez el rechazo de esa consideración de la economía que hace hincapié en una libertad individualista desapegada de las manifestaciones de la cultura y del devenir de la vida misma.


Tanto la ética económica como la conciencia de la unión nacional deben compenetrar la totalidad de la economía. Para ello debe haber un Despertar del Espíritu dentro de la mismísima Comunidad, debe haber un espíritu económico, una ética económica, una formación de la conciencia de la responsabilidad hacia la totalidad. Un desarrollo hacia el futuro, fluido y pleno de sentido partiendo de un pasado. La condición determinante también sería que tanto el Capital como el Trabajo -con las características de la actualidad, en estrecho y mancomunado abrazo- sean el motor de la grandeza de la Patria.


 En definitiva, para que exista una economía orgánica natural deben existir requisitos éticos vitales impulsados por un Estado con profunda sensibilidad social, para llevar al Pueblo a un nivel de vida superior en el sentido amplio y pleno de realización: La instauración de un verdadero Orden ético-social-económico nacionalista.




Darío Coria, profesor de Historia y Ciencias Sociales.

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