jueves, 25 de julio de 2024

¿QUÉ ES LA SOBERANÍA POLÍTICA?

 

En ‘Principios de la Política’ (Editorial Cultura Argentina, pág. 107), Jordán Bruno Genta sostiene: “La esencia del Estado es la soberanía política, que se reconoce y afirma tanto en el pleno señorío sobre todo lo propio, como en una libertad de acción suficiente para asegurar el Bien Común; esto es, el caudal de bienes honestos, deleitables y útiles, que son necesarios para el trato de honor debido a todos y cada uno de los habitantes”.


En base a esta definición se puede sostener que la Soberanía Política existe teniendo en cuenta dos dimensiones, una nacional-territorial y otra internacional: Tendrá razón de ser cuando el Estado no está condicionado por un sistema de gobierno demagógico y falso en el orden interno, como así también cuando no haya ningún condicionamiento o subordinación de ese Estado hacia un poder colonialista en el orden mundial.


¿Cuál sería el trato de honor hacia el pueblo argentino en la actualidad viendo los cada vez más alarmantes índices de pobreza, indigencia y degradación social estructurales?. La Soberanía Política no es una expresión de deseos o una mera formalidad jurídica. Debe ser considerada como un Poder pleno en sí, como un Poderío de Voluntad irrenunciable, con competencia total, y que debe existir en todo verdadero Estado, tanto para llevar adelante acciones en el orden doméstico que aseguren el Bien Común como así también para ser libres de toda forma de dominación extranjera. Al decir de Genta, los incompetentes, irresponsables y cínicos demagogos en la función pública son los más propensos para llevar adelante la institucionalización de la entrega de las riquezas nacionales.


En ‘El Estado Comunitario’ (Ediciones Nueva República, pág. 109), Jaime María de Mahieu sostiene: “El Estado es legítimo en la medida exacta en que realiza la síntesis comunitaria. No hay, por tanto, Estado ilegítimo, pues el grupo que asumiera sin cumplir con ellas las funciones de conciencia, de mando y de síntesis de la Comunidad no sería un Estado. Sólo por una abusiva simplificación de lenguaje hablamos de Estado usurpador: no hay sino Estado usurpado o, mejor dicho, Estado ocupado. Debajo de la ocupación oligárquica o tecno-burocrática, el Estado subsiste, legítimo en la medida en que asegura la permanencia de la Comunidad. Pero está avasallado por una minoría usurpadora que limita su soberanía subordinando a intereses particulares el poder que él conserva, y falseando así el proceso de síntesis, que sigue desarrollándose, aunque de modo insatisfactorio”.


Todo verdadero Estado, por definición, tendría siempre un carácter orgánico. Un Estado es orgánico cuando posee un centro, y ese centro es una idea que se da a partir de sí misma, y en modo eficaz, a los diferentes dominios. No se trata de una mera imposición, sino de que como centro se imponga en definitiva la síntesis comunitaria. En virtud de un sistema de participaciones meritocráticas, cada parte en su relativa autonomía tienen una funcionalidad y una conexión con el todo. El todo sería algo identitario para con la Nación que se articula y despliega, bajo ningún punto de vista es una suma de elementos, de agregados con una desordenada interferencia de intereses. Una idea central, un símbolo de Soberanía con un correspondiente y positivo principio de autoridad como fuerza animadora. Una unidad que no tiene un carácter simplemente político, sino espiritual, de norte a seguir. Un sistema en el cual la idea no es impuesta desde lo externo, sí en base a una fuerza intrínseca de una idea común, de una síntesis comunitaria al decir de De Mahieu.


La situación de dependencia a la que están sometidos los países en vías de desarrollo no puede ser superada sin un cambio cualitativo en las estructuras internas del poder y en la forma que llevan adelante las relaciones internacionales. El principio de las nacionalidades, la igualdad jurídica de los Estados y la Soberanía en sí deben constituir las bases fundamentales para un ordenamiento sano en materia de política internacional. Y por definición misma, este delineamiento sólo puede ser llevado adelante por gobiernos nacionalistas firmes, fuertes y decididos.


Nunca podrá existir un franco estado de paz a nivel mundial mientras el respeto a la integridad de las soberanías políticas no predomine sobre cualquier otra consideración. De esta forma el Nacionalismo rompe con el esquema desnaturalizante e internacionalista tanto del capitalismo como del marxismo, y  conceptualmente los enfrenta por el sólo hecho de que ambos van en contra de los intereses nacionales.


Cualquier esquema de unidad continental siempre debe basarse en el respeto y en la defensa de los intereses de cada uno de los países en cuestión, en la eliminación radical de las relaciones de dependencia, en un freno concreto al accionar desleal de las trasnacionales, en un freno a la rapiña colonialista y al proceder a-moral de la Usura Internacional, como así también en un freno hacia aquellas ideologías disolventes y extrañas a la esencia de un Pueblo.


La Nación que se somete a una fuerza superior pierde su autodeterminación (en definitiva la cualidad primordial de su Soberanía), y pertenece desde ese momento al vencedor cualquiera sea la forma en que se pretenda disimular la conquista. Entonces LIBERACIÓN es la palabra de Orden. Liberarnos de las fuerzas de ocupación que hacen posible la explotación y la dominación colonialista. Nuestra Soberanía Política nació como Poderío de Voluntad con la Declaración de la Independencia proclamada el 9 de julio de 1816 en el Congreso de Tucumán. Y esta Voluntad fundacional se reafirma con el agregado al Acta -el día 19 de julio de aquel año- la frase “LIBRES E INDEPENDIENTES DE TODA OTRA FORMA DE DOMINACIÓN EXTRANJERA”.


La verdadera libertad de las naciones se basa en la libre determinación de los pueblos, en la Soberanía Política, la Independencia Económica y el Bien Común Social. La libertad esencial del Hombre consiste en el respeto de sus derechos y el cumplimiento de sus deberes. Y en política internacional, entre países soberanos no puede existir la unilateralidad. Toda acción deberá estar basada en una absoluta reciprocidad de propósitos y realidades, en la buena fe, en la mutua convivencia. La Soberanía es absoluta porque define a un poder originario que no depende de otros; es perpetua porque su razón trasciende a las personas que ejercen el poder y a diferencia de lo privado es imprescriptible e inalienable.


La Soberanía Política es el Poder Absoluto y perpetuo de un Estado. Afirmar formalmente una Declaración de Independencia es lo mismo que nada; proclamar una Soberanía Política desde lo meramente discursivo o mediático es también lo mismo. Es indispensable que día a día una Voluntad Política con vocación de servicio se ponga permanentemente en acto, porque la Soberanía Política no es algo que se conquista para siempre o que se proclama en una fecha patria.


Sólo existe cuando hay dominio de lo que es propio; cuando se la mantiene contra toda forma de expoliación foránea, contra toda forma de entreguismo local cipayo, de mafias que se visten de “representantes del pueblo” y que a los fines prácticos son tecnócratas del Nuevo Orden Mundial. Gobierno, Estado y Pueblo que orgánicamente cumplen una misión en común.




Darío Coria, profesor de Historia y Ciencias Sociales.

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