Hombre de pensamiento y de acción, de excepcional inteligencia, fue un prolífico pensador y ensayista, militante y figura de primer orden del Nacionalismo Identitario Europeo. Desde sus inicios, Romualdi estuvo influenciado por Friedrich Nietzsche, Oswald Spengler y sobre todo por Julius Evola, de quien se hará amigo e inclusive biógrafo. En cada uno de sus ensayos siempre bregó por la preeminencia de valores aristocráticos, guerreros y heroicos, buscando siempre proyectar un identitarismo europeo que terminara con los patriotismos sectarios y cortos de mirada.
Adriano Romualdi nació el 9 de diciembre de 1940 en la ciudad italiana de Forli, capital de la provincia Forli-Cesena. Su padre, Pino Romualdi, fue vice-secretario del Partido Fascista Republicano durante la República de Saló, como así también fundador en el marco de post-guerra del Movimento Sociale Italiano (MSI) y director del órgano de difusión y diario de combate Il Secolo d’Italia.
Siguiendo los pasos de la militancia de su padre, Adriano se destacó desde una temprana edad en un activismo intelectual y político integrando organizaciones estudiantiles, como es el caso de su gran aporte en FUAN, sección universitaria del MSI. Licenciado en Historia, se destacó como Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Palermo, y desde su primera época de militancia y activismo tuvo una mirada metapolítica superadora de los anticuados partidos u organizaciones fascistas, mirada que se posicionó más allá de los patriotismos nostálgicos o conservadurismos tradicionales. Posteriormente se destacó en la lucha política dentro del MSI a través de una amplia trayectoria, participando además en varias publicaciones neo-fascistas como Destra Radicale y Nuovo Orden, siempre con su mirada aguda de inspiración evoliana.
Fue autor de numerosos artículos, introducciones a libros, prefacios, ensayos. Como introductor de la obra de Julius Evola, en 1968 escribió “Julius Evola: El hombre y la obra”, la primera aproximación seria, profunda y también crítica a la rica bibliografía del pensador tradicionalista, definiendo el mismísimo Evola ese ensayo como el mejor conocido sobre su actividad y sus obras. Dentro de las publicaciones de Romualdi destacan en especial "El problema de una tradición europea" (1973); "Los Indo-europeos" (publicación póstuma, 1978); “Las últimas horas de Europa” (publicación póstuma, 1976).
Para Romualdi era imperioso recuperar una cultura nacionalista revolucionaria despojada de todo vestigio burgués. Partir de la Tradición indoeuropea para sentar las bases de una política cultural radical de ‘Derecha’ y para contrarrestar los embates del adversario capitalista-marxista. Por eso estaba especialmente atraído por la idea de una Orden, de un espíritu templario, de una romanidad aristocrática y de una mentalidad prusiana. Y es a través de nuevas formas de comprender la historia y la política que contribuyó de manera decisiva en la evolución de un nacionalismo revolucionario. No creía en otro nacionalismo que aquel representado por la Patria Europea, puesto que el 'pequeño nacionalismo' era en su mirada un simulacro, una colectora de la política convencional.
Romualdi fue también uno de los principales re impulsores del término "Derecha" dentro del ámbito nacionalista, término del que él mismo se apropió a través de un claro cuerpo ideológico y despojándolo de todo conservadurismo “patriotero”. En su esclarecedor ensayo “Por qué no existe una cultura de derecha” (1965) afirma: "Qué significa ser de derecha? Ser de derecha significa, en primer lugar, reconocer el carácter subversivo de los movimientos salidos de la Revolución Francesa, sean ellos el Liberalismo, la Democracia o el Socialismo. Ser de derecha significa, en segundo lugar, detectar la naturaleza decadente de los mitos racionalistas, progresistas, materialistas, que preparan la llegada de la civilización plebeya, el reino de la cantidad, la tiranía de la masa anónima y monstruosa.
Ser de derecha significa, en tercer lugar, concebir el Estado como una totalidad orgánica donde los valores políticos predominan sobre la estructura económica y donde el derecho de 'a cada uno lo suyo' no significa igualdad, sino igual desigualdad cualitativa. Finalizando, ser de derecha significa aceptar como propia aquella espiritualidad aristocrática, religiosa y guerrera que originó la civilización europea, y -en nombre de esta espiritualidad y de sus valores- aceptar la lucha contra la decadencia de Europa".
En ese mismo ensayo también sostiene: “¿Qué problemas se plantean a quienes quieren afrontar el problema de la cultura de derecha? Antes que nada, se considera necesario un enfoque correcto del problema. Y la primera contribución a este enfoque es la definición de lo que se entiende por derecha y por cultura. Es necesario dejar claro que, para el hombre de derecha, los valores culturales no ocupan el rango excelso que ensalzan los escritores de formación racionalista. Para el verdadero hombre de derecha, antes que la cultura están los genuinos valores del espíritu, que encuentran su expresión en el estilo de vida de la verdadera aristocracia, en las organizaciones militares, en las tradiciones religiosas aún vivas y operativas. Primero está un determinado modo de ser, una determinada tensión contra alguna realidad y después el eco de esta tensión bajo la forma de filosofía, arte, literatura…
En una civilización tradicional, en un mundo de derecha, primero viene el espíritu vivo y después la palabra escrita. Sólo la civilización burguesa, nacida del escepticismo ilustrado, podía pensar en sustituir el espíritu heroico y ascético por el espíritu de la cultura, la dictadura de los filósofos. El demócrata rinde culto a la problemática, a la dialéctica y a la discusión, y transformaría voluntariamente la vida en un café o en un parlamento.
Para el hombre de derecha, por el contrario, la pesquisa intelectual y la expresión artística adquieren un sentido tanto en cuanto comunican con la esfera del ser, con algo que –comúnmente concebido– no pertenece al reino de la discusión, sino al reino de la verdad. El auténtico hombre de derecha es instintivamente hombre religioso, no en el sentido estricto de lo que el término implica en relación con la fe y la devoción, sino porque mide sus valores no con el metro del progreso, sino con el de la verdad”.
Sostenía también que el futuro solamente podía ser garantizado a través de un regreso a las más profundas raíces europeas aliado a los avances que la técnica y las ciencias modernas ofrecen. En unir la tradición primordial con el futurismo, en oposición al conservadurismo reaccionario y al progresismo liberal desenraizador, tal como lo sostenía Guillaume Faye en su obra L’Archeofuturisme. Por eso entendía al nacionalismo europeo como movimiento cultural y político con la finalidad estratégica de crear una alternativa de civilización al materialismo americano y al colectivismo marxista soviético del momento.
De manera inesperada, Adriano Romualdi falleció trágicamente luego de un accidente automovilístico el 12 de agosto de 1973. Tenía tan sólo 32 años de edad. A juicio de Evola, quien lo conoció muy bien, el mundo identitario perdió desde aquel nefasto día “a uno de sus representantes más cualificados”. Romualdi no fue un intelectual (palabra por él detestada). A pesar de su corta edad fue un hombre de vasto conocimiento y ejemplo de militante inclusive en el combate callejero cuando la ocasión lo requería.
Un baluarte con poderío de voluntad para la militancia política. Una personalidad de porte inquebrantable. Un hombre de acción en donde sus investigaciones, obras y ensayos se complementaban con la lucha política y cultural. Un cuadro militante que entendía la vida misma como una milicia en donde el pensamiento y la acción, frente a la comodidad burguesa y el conformismo, se debían unir en la búsqueda de la verdadera realidad interior, siendo siempre consciente de la extrema dureza que eso significaba para el que se sabía resistente frente a un mundo que en todas sus dimensiones le era extraño y enemigo. Un escritor, investigador y ensayista digno de ser leído, sobre todo necesario de ser comprendido en estos tiempos de agendas globalistas igualitaristas, de idiotismos liberales y de diferentes internacionalismos colonialistas.