La Patria tiene su origen en la civilización romana. Proviene del latín pater, padre, y hace referencia a la tierra de los padres, en cuanto a un origen propio que tiene en cuenta una herencia de sangre, una estirpe sacra, heroica y un territorio en donde se ha nacido. En su obra La Tradición Romana (Ediciones Heracles, pág. 70) Julius Evola sostiene: “En Roma se encarna la idea de la personalidad aristocrática, de la virilidad espiritual heroica y dominadora y el principio triunfal de la tradición nórdica, vinculado al símbolo ariano del fuego, a las figuras olímpicas del Júpiter capitolino y del mismo Jano, y al patriciado sacral, marcado por el rígido derecho paterno y por la religión del honor y de la fidelidad”.
Esa idea sacra y heroica de Patria como estilo de vida se afirma definitivamente con el advenimiento de la República en el año 509 a.C. El romano era entendido no de manera individualista sino como parte de una estirpe, de un gens, vale decir, de una unidad orgánica afianzada en una herencia de sangre pero no solamente como algo biologicista sino también como una expresión metafísica.
El no poseer una fides caracteriza al bárbaro en contraposición al Romano. Y lo bárbaro, como fuerza opuesta al romano, inclusive se encuentra en la mismísima fundación de Roma en el año 753 a.C: Rómulo encarna el espíritu aristocrático de los ciclos heroicos y es el que mata a Remo, el principio del caos por querer violar el espacio sagrado del Palatino y por lo cual se genera el acto fratricida contra él.
Por eso para los romanos todo lo realmente significante estaba relacionado con la idea de Patria, porque en ella tenía su propiedad, su seguridad, sus leyes, su Espíritu, sus dioses. Perder la Patria significaba perderlo todo. Los romanos fundan así una vida familiar basada en rituales que son los que dan forma y sustento al orden social-institucional. La familia se estructura a partir de una religión doméstica y en torno al fuego sagrado del hogar.
Y así como la Patria se funda en el culto y la autoridad del padre (pater) que oficia como sacerdote en su familia, de manera semejante se forma la ciudad en la autoridad del Rey (Rex) que también es sacerdote del culto de la ciudad. Por eso la idea de Patria tuvo desde sus inicios una connotación sagrada, idea que sin embargo ha mutado a lo largo del tiempo.
Esa mutación se hizo visible con el advenimiento de la Edad Moderna y se afirmó definitivamente con la llegada de la Ilustración en Europa desde el siglo XVIII en adelante, movimiento racionalista-masónico y sostén ideológico de la Revolución Francesa (1789). De esta manera el concepto de Patria se desacraliza, amparando a los miembros de una comunidad unida sólo por un “interés común”, por una idea de “amor a la libertad”, por una “prosperidad general de la Patria”. El hombre se une a la sociedad con todos aquellos que componen el propio Estado, la Patria o la Nación. Sin ir más lejos, la Real Academia Española define la Patria como la “tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”.
¿Cómo deberíamos posicionarnos entonces? ¿Tenemos Patria hoy en día en el mundo globalizado hipercapitalista o es una mera formalidad? Teniendo en cuenta la preservación de los rasgos identitarios de la Nación, la sangre y el territorio, debemos apuntar a construir y afirmar que la Patria sea una síntesis verdaderamente transcendental, indivisible y con fines propios a cumplir. Al dejar de lado toda idea individualista liberal de la sociedad reafirmar un sentido de pertenencia, un “reencontrarse a uno mismo” en una Tradición, en valores, nobles principios como así también en Arquetipos que marcaron un camino de grandeza en cuanto a un claro ideal de Comunidad Nacional.
En la Patria se debe ver una misión sacra en la Historia, se debe ver un Destino, una empresa colectiva siempre en marcha, una misión en lo universal, grandes anhelos, sueños y esperanzas de dimensiones míticas que deben calar profundo en el Espíritu de un Pueblo. Y todo ello para la consolidación y desarrollo de una Nación que se forja y que se nutre con acciones que van formando tejidos por tradiciones y por lazos ancestrales. Por eso es un error conceptual identificarla solamente con aquello físico o tangente como lo territorial o lo hereditario sanguíneo.
La Patria siempre va a estar indiscutiblemente vinculada con un territorio nacional, y sus símbolos más representativos como la Bandera, el Himno, el Escudo y la Escarapela deben ser los que se deben imponer gallardamente para ser respetados y valorizados como los máximos estandartes que cobijen los más elevados propósitos y realizaciones, ser los más firmes emblemas a su vez contra toda ideología foránea globalizadora disolvente de la idea misma de Patria.
Y como dentro de la familia del término se deriva el patriotismo, esta forma de ser, de sentir y obrar es lo que fuertemente debe unir. El orgullo de sangre, el honor y la lealtad de formar parte de una Patria debe dejar en claro que no se hacen patriotas con discursos. También que se es verdaderamente patriota o nacionalista solamente por el alto grado de sacrificio que se está dispuesto a hacer por la Patria.
Y para que exista un verdadero Patriotismo y un verdadero Nacionalismo se debe poseer una aguda sensibilidad social. Debe haber un total desprendimiento de egoísmos sectoriales que nos haga ver que antes que nada primero está el Bien Común Social, la felicidad y el progreso orgánico de todo un Pueblo. En definitiva, la Patria la constituyen nuestros hermanos connacionales unidos por una misma Sangre y por un mismo Espíritu.
Todos los patriotas, todos los Hombres y Mujeres deben ser solidarios, deben trabajar incansablemente para que no haya ni un solo infeliz que sufra el desamparo y la desgracia. Y la principal responsabilidad le cabe al gobernante, al conductor, a aquel que si se digna estar a la altura de esa gran empresa colectiva entonces será considerado como legítimamente patriota y nacionalista. Si el Estado quiere tener hombres patriotas primero debe levantarlos, debe dignificarlos, debe darles todo lo que necesitan y que por sí mismos no pueden conseguir.
Y cuando esto ocurra, de manera natural se habrá realizado el aseguramiento de un Pueblo sano, de un Pueblo fuerte, de una Nación vigorosa, de una Comunidad valiente y patriota con honda emoción y pleno orgullo, capaz de dejar la vida si es necesario para defender la dignidad y el decoro de la Patria, lo que se podría decir defender una verdadera llama de la argentinidad.
Darío Coria, profesor de Historia y Ciencias Sociales.