Históricamente las sociedades se han desenvuelto sobre determinadas pautas o patrones de convivencia. Y al corromperse cada vez más esas pautas se abre paso a una nueva y radical salida. Las viejas ideas, obsoletas y perimidas, dan paso a nuevos y renovadores ideales haciendo variar el rumbo de la Historia. De esta manera se produce una síntesis cultural que es la que condiciona todo criterio social.
Una Revolución es un cambio radical, violento, repentino y permanente en las condiciones de un Sistema de cualquier tipo, es decir, un reordenamiento súbito del estado de las cosas. El término proviene del latín revolutio (“dar una vuelta”). Por consiguiente es la ruptura de un Orden ideológico, político, social, económico y hasta tecnológico para dar paso a uno nuevo y extremadamente distinto. La idea misma de Revolución se justifica en el hecho de querer cambiar para siempre las pautas sociales decadentes de un Sistema de dominación por nuevas fuerzas motoras.
Los cambios revolucionarios tienen consecuencias trascendentales. Así como la conciencia nacional de un pueblo siempre tiene que ir de la mano de una conciencia revolucionaria, el verdadero Nacionalismo debe despojarse de toda tara burguesa, y a su vez, una auténtica Revolución -nacida como consecuencia de procesos históricos- debe despojarse de todo clasismo proletario marxista (clasismo falaz). Ese cambio de estructuras desde lo cultural e institucional, de reemplazo de un Sistema por otro que se lleva adelante como proceso se desarrolla teniendo en cuenta dos etapas básicas: La conquista del poder y el ejercicio revolucionario del mismo.
La idea de Revolución no es un “hecho natural” en sí, no es un hecho regido por el mundo físico de la materia, no es algo que “llega” o “deviene” por el propio peso de la Historia. Son actos libres en donde la voluntad humana es el factor preponderante. No debemos nunca dejarnos llevar por los acontecimientos sino ser capaces de producir hechos. Las revoluciones “no se esperan”, se hacen. Y toda Revolución debe comenzar primero por ser interior. No es posible transformar las estructuras o el andamiaje que le da vida a un país si primero no realizamos una transformación en el hombre mismo, si no vivimos la revolución internamente y si no damos real testimonio de ella ante la Patria y el Pueblo. Y justamente esa REVOLUCIÓN INTERIOR se da como indignación y rebeldía contra un Orden establecido que impide la plena realización de la persona, más aún, que la humilla y degrada hasta convertirla en rebaño de un Sistema opresor.
Las grandes transformaciones no las hacen las “masas”, las hacen los hombres. El pueblo interpretado y guiado por una minoría capaz de proyectarlo en la historia, de llevarlo hacia una empresa siempre de destino, compuesta esa minoría por el conjunto de los mejores. Pueblo y Revolución, identificados y resumidos en la Nación, crean así una profunda mística revolucionaria que es asumida y valorizada por ese grupo selectivo cuando los organismos vivos de una Nación han comprendido lo que somos y hacia dónde deseamos llegar. De esta manera se llega a la etapa de Nación Organizada. Así como el elemento constitutivo de un golpe de Estado son los militares, las revoluciones exigen pueblos movilizados por ideales y organizados en un movimiento político de resuelto Espíritu de Lucha. Por eso toda “revolución de masas” es pura utopía, porque la masa siempre será instintiva e inorgánica, la masa siempre será un elemento pasivo.
Una Revolución sí es popular cuando produce en el pueblo un despertar, una toma de conciencia y lo lleva a integrarse orgánicamente en el proceso revolucionario con el cual se identifica. Y si la “revolución de masas” es pura utopía, la “revolución de clases” es pura demagogia. El proceso revolucionario sólo puede ser llevado por una minoría orgánica y adoctrinada. La burguesía, entendida no como clase social sino como estilo de vida, es inmensa mayoría dentro de todos los sectores sociales, inclusive dentro del proletariado, considerado teóricamente como clase revolucionaria.
En la mayor parte de los hombres prima el egoísmo individualista (característica esencial del burgués) sobre el sentido del deber social. Y aquellos que por este deber, por un ideal, están dispuestos a vivir, a jugarse, a sacrificarse, forman la minoría reducida, el único sector dinámico capaz de producir transformaciones sociales verdaderas. Como consecuencia, sólo una élite política es capaz de despertar, organizar, adoctrinar, dar objetivos y posibilidades de poder a una “élite” nacional. Primero tiene que existir esa minoría elitista revolucionaria para luego surgir el movimiento organizado.
Es imprescindible que un movimiento político con clara unidad de concepción para la unidad de acción la encarne y capitalice. Un Sistema, por más anti-social y putrefacto que sea no puede nunca caer sólo producto de su propia ineficacia o del repudio generalizado hacia el mismo. Para que se pongan en práctica las nuevas ideas revolucionarias es imprescindible que las mismas sean llevadas adelante con firmeza y decisión política. Que dicho movimiento sea capaz de poder interpretar la realidad de la hora que se vive e identificarse con la idea misma de Nación al punto de ser ideas intrínsecamente inseparables.
Por eso en la visión revolucionaria, político no es un subversivo, anárquico o revoltoso que no corporiza para sí la doctrina ideológica de una Revolución. Político en verdad es el que tiene capacidad interpretativa revolucionaria y de acción para la fundación de un Nuevo Orden. Y una verdadera Revolución es aquella que tiene un profundo sentido de duración, y como tal comprende la importancia de ser la permanente protagonista de la Historia, la que es capaz de establecer el cambio para siempre.
El elemento decisivo en todo movimiento revolucionario siempre lo será la idea de jerarquía, pero jerarquía real, identificada con la capacidad y los méritos revolucionarios. Caso contrario, al adoptarse una estructura de masas horizontal y democrática -en donde los que mandan lo hacen por derecho y no por una meritocracia- el movimiento a la larga se disuelve en una anarquía interna.
Una Revolución siempre va a requerir esencialmente de un grupo dirigente con plena identificación ideológica en cada uno de sus miembros, conscientes de sí mismos. Un grupo vital integrado por hombres y mujeres excepcionales y voluntariosos. Por consiguiente, todo movimiento político revolucionario debe tener también una marcada conciencia de minoría, esencialmente cualitativa.
Porque aún cuando el movimiento político, por circunstancias históricas, llegara a producir situaciones masivas deberá mantener a toda costa la unidad de la base dirigente, de ese núcleo de acero forjado en el arrojo y en el temple espartano. El Nacionalismo será siempre revolucionario al querer romper con el actual Sistema plutocrático-capitalista, al querer ser el gendarme de un Nuevo Orden Social-patriótico para un desarrollo sano, orgánico y natural del pueblo, al querer ser encarnado por los mejores desde lo ideológico-doctrinario y desde la lucha y el arrojo, léase en definitiva los fines supremos de toda auténtica y verdadera Revolución.
Darío Coria, profesor de Historia y Ciencias Sociales.