Nacido el 15 de mayo de 1924 en Alcorta, al sur de la Provincia de Santa Fe, se inició en el campo como domador de caballos. Luego de trasladarse con su familia a Rosario se desempeñó en diversas tareas, desde limpiar tripas en un frigorífico hasta vender chocolates en un cine. Instalado en Buenos Aires entró en la fábrica de cocinas ‘Catita’, una marca muy popular de la época donde comenzó como barrendero hasta convertirse en obrero metalúrgico. En 1944 se afilió a la flamante Unión Obrera Metalúrgica y tres años después inició su actividad gremial al ser elegido delegado de esa fábrica.
Luego del golpe de Estado de 1955 estuvo preso y posteriormente participó activamente en la Resistencia Peronista a las órdenes de Augusto Timoteo Vandor, el nuevo líder de los metalúrgicos. Para ese entonces ya era un ávido lector del Revisionismo Histórico Argentino, con José María Rosa a la cabeza. Además leía al mismísimo General Juan Domingo Perón, a quien “quería más que al padre”, tal como solía manifestarle a su esposa ‘Coca’. A su vez frecuentaba a los nacionalistas católicos como Charles Maurras. Todo ello fue reafirmando cada vez más su identidad con el Nacional-justicialismo y dentro de una doctrina nacionalista.
A principios de los ’60 la carrera sindical de Rucci dio un salto cuando Vandor lo designó encargado de prensa de la Unión Obrera Metalúrgica. Pero Vandor y Rucci tenían una diferencia sustancial sobre la figura de Perón. El primero sostenía que el sindicalismo, convertido ya en la columna económica y política del Justicialismo, debía olvidarse de Perón y desarrollar un proyecto propio para, entre otras cuestiones, negociar con los sectores de poder desde sus propios intereses. Era el famoso “peronismo sin Perón”. Para Rucci sólo podía haber peronismo con Perón, y el sindicalismo debía convertirse en la punta de lanza del Movimiento Nacional-justicialista para arrancarle al gobierno de turno el regreso del General, el único capaz de continuar con la revolución peronista que el golpe del ´55 había dejado inconclusa.
Con esas diferencias de fondo y luego del asesinato de Vandor, el 30 de junio de 1969, finalmente el 6 de julio de 1970 José Ignacio Rucci asumió el cargo de Secretario General de la CGT, convirtiéndose de esta manera como uno de los hombres más poderosos del país. Carismático, pasional y de muy buena expresión en público, desde este máximo cargo siempre propició activamente aumentos salariales y mejoras laborales, pero fue más allá al exigir el retorno de Perón y el fin de su proscripción. Sus reclamos siempre tenían un estilo directo, frontal y combativo hacia la dictadura de Alejandro Lanusse (un antiperonista de pura cepa que inclusive se había sublevado en 1951).
Para Rucci el Movimiento Obrero no podía estar al margen de los grandes problemas existentes del país, sólo podía alcanzar la plenitud de sus derechos con la toma del poder, o sea con Perón. Luego de la asunción de Héctor J. Cámpora como presidente, el 25 de mayo de 1973, de su desviacionismo del Nacional-justicialismo, de su apertura hacia las organizaciones guerrilleras marxistas, de las crecientes accionares terroristas de estas organizaciones, y en definitiva de su debilitamiento en el poder hasta terminar renunciando, la campaña pre-electoral de los comicios presidenciales del 23 de septiembre de 1973 fue llevada adelante por los sindicatos, con Rucci a la cabeza. En esta histórica fecha Perón se convirtió en presidente de los argentinos por tercera vez.
El Líder de la CGT fue una pieza clave en el denominado Pacto Social, la médula del plan de gobierno de Perón, lo que implicaba una vuelta al peronismo, al desarrollo industrial y al reparto equitativo de la riqueza. Este Pacto Social le dio a Rucci muchísimo poder porque todos los nombramientos en los puestos clave del Estado requerían de su firma, junto con la del ministro de Economía José Gelbar. Y a medida que Rucci aumentaba su protagonismo político junto a Perón y en contra de Montoneros, fue concentrando toda la bronca e ira.
El martes 25 de septiembre de 1973, siendo las 12.10 horas fue acribillado en la vereda de su domicilio, Avenida Avellaneda 2.953 en el barrio porteño de Flores. Fue a tan sólo dos días del rotundo triunfo electoral del Líder de los Trabajadores. Cuando abrió la puerta de su casa para salir, sus 13 guardaespaldas estaban en sus puestos, sentados en los cuatro autos estacionados sobre la avenida. Pero esto no impidió el accionar. Lo más cerca que estuvo Montoneros de hacerse cargo del asesinato de Rucci fue lo publicado en un recuadro titulado “Justicia popular” aparecido en la revista “Evita Montonera”, organo oficial de Montoneros, de junio-julio de 1975. La nota incluyó una lista de “traidores” que habían sido muertos por la “Orga”. Y en esa lista aparecía José Ignacio Rucci “ajusticiado por Montoneros por haber sido culpable de la Masacre de Ezeiza”, tal la sentencia lapidaria que lo condenó.
En total recibió 25 tiros entre tres personas, que le dispararon con FAL, itaka y una pistola 9 milímetros. Fue la denominada Operación Traviata por la muy popular publicidad de las galletitas Traviata, de Bagley, cuyo lema era “la de los veintitrés agujeritos” . El demencial acto terrorista ocurrió cuando precisamente intentó abrir la manija del auto Torino rojo para subir. Su principal asesino fue Julio Iván Roqué, alias ‘Lino’, el N° 6 de la Conducción Nacional de Montoneros y uno de los fundadores de las FAR. Un siniestro personaje que ya había recibido instrucción militar en Cuba, y que luego del atentado había realizado cursos militares en Argelia, el Líbano y Europa del este. Inclusive, el 25 de mayo de 1973 (con la asunción de Cámpora) había sido uno de los tantos presos liberados de la cárcel de Devoto. Roqué finalmente murió en mayo de 1977 en Haedo, luego de tomar una pastilla de cianuro y volarse al estar rodeado por miembros de la Marina (para ese año ya era el N° 1 de Montoneros). El periodista y ex guerrillero Miguel Bonasso afirmó en su libro ‘Diario de un Clandestino’ que fue el propio Mario Firmenich quien le confirmó oficialmente el asesinato de Rucci a manos de esta organización.
La muerte de Rucci fue un apriete al mismísimo General, buscándose con este magnicidio “persuadirlo” para que se los tuviera en cuenta en la conducción del Gobierno y del Movimiento, una lectura más que burda y disparatada. Tal como lo afirma el periodista e investigador Ceferino Reato en su obra ‘Operación Traviata’, muchos de quienes hoy se reivindican como los herederos de Montoneros y de la década del ’70 adoptan un status de superioridad moral en relación al resto de la sociedad. Construyen un relato histórico que acomoda los hechos a su antojo. Cuando se les habla de sus crímenes y de sus aberraciones ya esgrimen los “ideales”, como si esto bastara para justificar sus actos demenciales. Si los ideales no alcanzan entonces hablan de los desaparecidos y torturados por la dictadura (como si esto también alcanzara para dejar de lado sus crímenes). Y si lo anterior no alcanza ya optan por descalificar al que piensa diferente.
Leal a Perón (como ninguno) y fiel a la Doctrina Nacional-justicialista, el asesinato de José Ignacio Rucci marcó un quiebre, un antes y un después no sólo en el peronismo sino en la Argentina de los años ‘70. La respuesta inmediata fue la aparición de la Triple A conducida por José López Rega, con la consecuencia de un creciente espiral de violencia cada vez más incontenible, y que a los ojos de muchos argentinos legitimó el golpe militar de 1976. A pesar del tiempo transcurrido, el crimen de Rucci sigue presente en la memoria colectiva. La pieza clave en el diseño y armado político de Perón, en el pacto entre empresarios y sindicalistas para contener la inflación, para impulsar la industria nacional y volver a un reparto más equitativo entre el Capital y el Trabajo.
El 17 de julio de 1998, en Roma, 160 países decidieron establecer una Corte Penal Internacional permanente para juzgar a individuos responsables de los más graves delitos y crímenes que afectan al mundo entero, el Estatuto de Roma de la Corte Internacional. En su artículo 7°, el Estatuto de Roma aclara que por ataque generalizado o sistemático contra una población civil “se entenderá una línea de conducta que implique la comisión múltiple de actos contra una población civil, de conformidad con la política de un Estado o de una organización de cometer esos actos o para promover esa política”. A pesar del actual revanchismo ideológico setentista K, la Argentina ratificó el Estatuto de Roma en el año 2001. ¿Se hará justicia con el asesinato que conmocionó al país? ¿O seguiremos con una memoria olvidadiza, con una verdad mentirosa y con una justicia tuerta?.