Antecedentes históricos
La conmemoración del Día del Trabajador se remonta a la ciudad estadounidense de Chicago. Hacia la segunda mitad del siglo XIX no había límites para la explotación industrial capitalista en EEUU, cuyas jornadas laborales, de 6 días, duraban entre 12 y 14 horas. Esta situación, agravada por la crisis económica de la década de 1880, generó una serie de fuertes protestas. Bajo este contexto, el sindicalismo norteamericano empezó a reivindicar la jornada laboral de 8 horas, pero al ser rechazada por el presidente Stephen Grover Cleveland (1886-1889) se decidió realizar una huelga general para el día 1° de mayo de 1886.
Chicago fue la ciudad baluarte de la misma, en donde más de 80.000 trabajadores realizaron una masiva marcha, liderados por el sindicalista anarquista Albert Pearsons. Cerca de 12.000 establecimientos industriales se paralizaron a lo largo de todo el país, alcanzando la ciudad de Chicago su punto más álgido de tensión el día 4 de mayo, al producirse una sangrienta manifestación con incontables muertos y heridos entre obreros y policías. Como consecuencia de estos graves hechos, el presidente republicano Cleveland decretó inmediatamente el estado de sitio y hubo miles de obreros detenidos. Finalmente, en 1887, y con Albert Pearsons a la cabeza, ocho cabecillas sindicalistas anarquistas terminaron en la horca, la cadena perpetua o los trabajos forzosos luego de un simulacro de juicio. Fueron los denominados “Mártires de Chicago”, de ahí el origen de la conmemoración del Día del Trabajador.
El concepto de Trabajo
En la consideración de fondo, el interés supremo de una Nación siempre debe estar por encima de todo egoísmo individual o sectario. Y en tal sentido, el Trabajo debe ser considerado como la fuente de riqueza más importante de un país, en donde el dinero nunca va a tener valor alguno si no se concibe como fruto de aquel. Todos los bienes existentes de la Nación, tanto el abastecimiento básico de su población como así también su nivel cultural, siempre dependerá del Trabajo y de la producción que la Comunidad en cuestión sea capaz de generar. Muchos de los males modernos -como la desocupación o la pauperización salarial- son producto de una inversión anti-natural generada por el mismísimo sistema capitalista.
Por otra parte, subsidiar el desempleo como práctica demagógica partidocrática (práctica sistemática a la que hemos estado acostumbrados los argentinos) quita el sentido de nobleza al Trabajo, lo degrada, y da como resultado una manifiesta inmoralidad social. Una típica práctica demagógica-populista, que por su bajeza e inmoralidad genera que se subvencione la pereza, la ineficiencia o la ineficacia. Pero a su vez no es el Capital ni las posesiones materiales lo que constituye lo más importante en la vida (como falsamente lo pretende el sistema plutocrático-capitalista especulativo). Lo determinante siempre será la capacidad del potencial laboral que se posea: la aptitud física y mental como así también el talento creativo y práctico. Y esa capacidad de potencial laboral siempre deberá estar garantizada por el honor, la lealtad, el saber, la voluntad, el sacrificio, la responsabilidad, el sentimiento, el carácter y la retribución justa.
Es en abierta oposición a una real Soberanía Política nacionalista (que en su matriz esencial rechaza toda dependencia hacia los centros financieros plutocráticos) en donde el liberal-capitalismo se muestra como un sistema idólatra del dinero, cuyos valores consisten en medir al Hombre solamente por la cantidad de bienes materiales que posee. Pero un Pueblo se realiza como tal solamente a través de una actividad laboral sana y justa, vale decir, mediante una actividad que tiene como fin en sí concretar un objetivo coherente y trascendental de vida. Porque un compatriota desheredado, marginado y excluido de la sociedad siempre guardará resignación, rencor y hasta desprecio por su Patria.
Para un país verdaderamente libre primero estarán los principios espirituales -como el Honor y la Lealtad- antes que los detalles materiales o comerciales. Una persona honorable siempre será aquella que cumpla con el deber de trabajar, aquella que a través de su comportamiento demuestre ser digna y estar a la altura de su posición laboral. Y como consecuencia de ello se debe poner énfasis en el cuidado de cada compatriota dentro del ámbito del trabajo; en su integridad y grado de realización para la vida. Por eso no se trata de ubicar indiscriminadamente a personas en puestos elegidos al azar o creados sin ninguna planificación previa. Además, el talento superior es el que realmente debe acceder a los puestos de mando.
De una forma más global, la economía de un país no es lo determinante en la vida de un pueblo. No son las condiciones económicas las que determinan las relaciones sociales. El internacionalista Kiselly Mordecai –conocido por su pseudónimo Karl Marx– sostenía en su falso análisis del sistema capitalista que la economía es la infraestructura de una sociedad, es decir, que es el gran condicionante de todo lo que ocurre en la misma. Pero es absolutamente todo lo contrario. Son los conceptos espirituales y morales los que determinan las relaciones económicas y por ende el tipo de relaciones sociales.
En la Argentina actual del ajuste, de servilismo a las Altas Finanzas Internacionales, de indiferencia real hacia los trabajadores, del saqueo en suelo patrio por parte de la Usura Internacional, se debe anteponer el deber y la lucha por un Orden social-patriótico, con renovados esfuerzos, sin claudicar. Se es verdaderamente nacionalista solamente por el alto grado de sacrificio que se está dispuesto a hacer por la Patria. Un país infinitamente mejor al actual que tenemos es perfectamente posible pero a condición de que exista una sincera voluntad de construirlo.
El tipo de producción siempre dependerá de un talento, de las potencialidades psíquicas de un Pueblo y de su posterior perfeccionamiento mediante la educación y la formación profesional. La obligación esencial del Hombre siempre va a consistir en emplear la capacidad que le ha sido dada por la naturaleza en actividades que redunden en el mayor beneficio posible para la Comunidad que lo cobija. La calificación y la recompensa nunca deben estar expresadas por el Estado en la forma y en el modo en que una persona lleva a cabo su trabajo, sino en la lealtad y en la dedicación, en el entusiasmo, la constancia y la responsabilidad con que se cumple la obligación de trabajar, parámetros que sí son los verdaderamente valederos para el respeto de toda verdadera dignidad humana.
Darío Coria, profesor de Historia y Ciencias Sociales.
Darío Coria, profesor de Historia y Ciencias Sociales.