domingo, 6 de julio de 2025

LA CASA HISTÓRICA DE LA INDEPENDENCIA

 

El edificio histórico fue construido durante la época colonial. La ciudad de San Miguel de Tucumán se fundó inicialmente en Ibatín en 1565. Por razones estratégicas y comerciales, se abandonó y se fundó nuevamente en su ubicación actual el 14 de octubre de 1685. En la repartición de tierras los pobladores mantuvieron idénticas extensiones y disposiciones como las existentes en la ubicación anterior.


A la familia de Diego Bazán y Figuera se le adjudicó un cuarto de manzana que comprende media cuadra de la actual calle Crisóstomo Álvarez al 400 y media cuadra sobre la entonces calle del Rey, hoy Congreso N° 151, sede de la histórica Casa. En 1693, año de la época en que su dueño era alcalde, se modificó la vivienda, según menciona en su testamento. Pasaron los años y su nieto, Juan Antonio Bazán -que se había casado con Petrona Estevez-, tuvo nueve hijos. Uno de ellos fue Francisca, quien al casarse en 1792 con Miguel Laguna, recibió como dote de sus padres la futura Casa Histórica. Este matrimonio hizo construir el frente con las columnas y la fachada que le conocemos.


Cuando a principios de 1816 se decidió la reunión del Congreso, la incipiente ciudad no poseía ninguna casa adecuada para las sesiones. Gobernaba por entonces el general Bernabé Araoz, quien en principio cedió su casa a los primeros congresales que iban llegando. Pero como no pudo ubicar a todos los patriotas de manera apropiada, resolvió con previo acuerdo utilizar el caserón de la familia Laguna-Bazán.


En esta vivienda comenzaron las sesiones el 24 de marzo que culminaron aquel histórico martes 9 de julio a las 14:00 horas cuando se leyó el Acta de Declaración de la Independencia. Al ser desocupado el caserón luego de la última sesión, ocurrida el 4 de febrero de 1817 cuando el Congreso se trasladó a Buenos Aires, continuó la vida familiar y la casona sufrió distintas modificaciones en poco más de medio siglo.


Los años se sucedieron y el mapa edilicio, al que se le sumaron distintos adelantos, se fue ensanchando. En el año 1868, el diputado Tiburcio Padilla elaboró un proyecto que presentó para su consideración. En él solicitaba la adquisición de la casona que, por sus dimensiones, era una de las más amplias y céntricas para instalar oficinas, entre las que se pensó una sucursal de Correo, un Juzgado federal y una de ingenieros  nacionales. Este proyecto generó polémicas a favor y en contra, porque ya era considerado un edificio de valor histórico aunque no oficialmente.


El 15 de septiembre de 1869, durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento, se sancionó la Ley N° 323 en donde se nacionalizó el histórico lugar y se autorizaba a organizar su mantenimiento. Ese mismo año una feliz circunstancia permitió que la fachada y la galería del acceso al Salón de Jura fueran fotografiadas por primera vez. Le cupo la tarea al fotógrafo italiano Ángel Paganelli, en ocasión de iniciarse las tareas de prolongación del ferrocarril desde Córdoba a Tucumán. Esta fotografía sirvió poco después para la restauración de la Casa.


La Ley no se efectivizó y a través de la sanción de otra ley, el 5 de octubre de 1872, se autorizó la construcción de sucursales de Correo en todo el país entre las que se incluyó la ciudad de Tucumán. La ley se hizo efectiva el 25 de abril de 1874, cuando el gobernador tucumano Belisario López firmó con la familia Zavalía -descendientes y por entonces propietarios de la Casa de Tucumán- la escritura de compra por la suma de 25.000 pesos fuertes.


Los trabajos de reacondicionamiento se llevaron adelante en marzo de 1875. Un año después ya quedaron habilitadas las oficinas. En 1876, el entonces presidente Nicolás Avellaneda, visitó Tucumán en ocasiones de inaugurarse el ferrocarril y concurrió a la Casa Histórica, convirtiéndose en el primer presidente argentino que la frecuentó.


A partir de ese año comenzó a funcionar en la Casa Histórica una sucursal del Correo, de un total de 15 que disponía la provincia. Varios años después, en 1888, se realizó una importante restauración ya que las anteriores no habían logrado su objetivo. Finalmente, en 1896, y ante el avanzado estado de deterioro de la Casa, se motivó la mudanza de la sucursal del Correo a otro sitio de la ciudad. La Cuna de la Independencia quedó así deshabitada, bajo el cuidado de un casero.


Por Decreto N° 98.076, del 12 de agosto de 1941, La Casa de Tucumán fue declarada Monumento Histórico Nacional. En 1942 se iniciaron las obras de reconstrucción aprobada por Ley N° 12.724/41, que estuvo a cargo del arquitecto Mario José Buschiazzo. El diputado nacional por Tucumán, Ramón Paz Posse, envió un proyecto de ley al Congreso proponiendo la reconstrucción de la Casa a su estado original. El trabajo se realizó a partir de las fotografías de Paganelli, los archivos de la administración de 1870 y los cimientos que aún se encontraban bajo tierra.


Las obras comenzaron en 1942 y el edificio restaurado se inauguró el 24 de septiembre de 1943 (aniversario de la Batalla de Tucumán) durante el gobierno de facto del general Pedro Pablo Ramírez. Las nuevas paredes se construyeron con ladrillos en lugar de adobe, las cañas del techo se sujetaron con cuero y las puertas no se pintaron en ese momento por falta de documentación que acreditara su color original.


La Histórica Casa de Tucumán es en la actualidad un Museo en donde en el Salón de la Jura se exhibe el Acta de la Independencia, y en general se muestra al público toda una serie de colecciones de muebles, cuadros, documentos y objetos históricos de diverso tipo.




Darío Coria, profesor de Historia y Ciencias Sociales.

sábado, 14 de junio de 2025

MARTÍN MIGUEL DE GÜEMES, HÉROE DE LA INDEPENDENCIA NACIONAL


En un hecho inédito para las armas de la Patria, un buque de guerra inglés fue tomado por una partida de caballería. El joven Martín Miguel de Güemes, al mando de un grupo de jinetes montados tomó la fragata inglesa “Justina”, de 26 cañones, que por la bajante de las aguas del río había quedado varada. Era el atardecer del 12 de agosto de 1806, Día de la Reconquista de Buenos Aires.


Abierto el proceso político revolucionario con la Gesta de Mayo, Güemes se incorporó al ejército patriota y se le destinó al Alto Perú, formando parte de las tropas que combatieron contra las fuerzas realistas en la batalla de Suipacha (actual Bolivia), el 7 de noviembre de 1810. Una batalla que significó el primer triunfo de los ejércitos argentinos en la Guerra de Independencia contra España.


Hacia 1815 volvió a su Salta natal organizando a su pueblo en la resistencia a los ejércitos realistas. El 15 de mayo de ese año fue electo como el primer gobernador de su provincia, cargo que ejercerá hasta 1820. El 12 de septiembre de 1815, el flamante gobernador creó la “División Infernal de Gauchos de línea”, una unidad destinada a combatir a pie o a caballo, lo que revelaba el interés de Güemes de disponer de una unidad del tipo de los “Dragones”, apta por su movilidad para cubrir largos trayectos y efectuar la defensa a pie de pasos, desfiladeros o lugares de difícil acceso.


En reconocimiento a su arrojo en el combate, el flamante Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón lo ascendió al grado de coronel mayor. Y el General San Martín –por los valores militares demostrados– le confió la custodia de la frontera del noroeste de nuestro país. Producto del accionar de sus gauchos milicianos la situación se tornaba cada vez más difícil para el jefe de las fuerzas realistas, el general Joaquín de la Pezuela. La táctica era el hostigamiento y el acoso permanente hacia el enemigo, lo que se conoció popularmente con el nombre de guerra de guerrillas.


Sin embargo la situación tampoco era nada fácil para las armas patrias. Hacia principios de 1817 el Mariscal realista José De la Serna planeaba la invasión a Salta con un experimentado ejército de más de 5.000 hombres, vencedores en su momento de Napoleón. Pero Güemes, a la altura de la historia, organizó a la provincia en pie de guerra, con un verdadero ejército popular en partidas de no más de veinte hombres.


El 1° de marzo de 1817 Güemes logró recuperar Humahuaca y se dispuso a esperar la invasión, siempre con la táctica del hostigamiento permanente e inesperado hacia el enemigo, su ya famosa guerra de guerrillas. Las fuerzas del realista De La Serna llegaron a Salta el 16 de abril de 1817. El boicot de la población salteña fue absoluto, sufriendo el enemigo permanentes ataques relámpago. Esto generó preocupación y desmoralización en los invasores, y como consecuencia de la victoria de San Martín en Chacabuco (Chile), De la Serna decidió emprender la retirada hacia el bastión realista del Alto Perú.


Hacia marzo de 1819 se produjo una nueva invasión realista. Güemes se preparó nuevamente para resistir sabiendo que no iba a contar con el apoyo de Buenos Aires por las miserias políticas que rodeó al nuevo Director Supremo de las Provincias Unidas, José Rondeau. La prioridad de Rondeau no era la Guerra de Independencia sino poner fin al modelo patriótico y federal artiguista en la Banda Oriental.


A pesar del desprecio del Directorio unitario de Buenos Aires, a pesar de los campos arrasados, de la interrupción del comercio con el Alto Perú producto de la interminable guerra, de las lágrimas y agonías que había que soportar en Salta, de la miseria generalizada, el prestigioso caudillo y gobernador salteño siguió resistiendo con honor. En febrero de 1820 el general realista Canterac ocupó Jujuy y a fines de mayo logró tomar la ciudad de Salta. El Héroe resistió una vez más y con el espaldarazo que le había dado San Martín al nombrarlo desde Chile General en Jefe del Ejército de Observación sobre el Perú. Canterac terminó como De La Serna y se tuvo que retirar con su ejército hacia el Norte.


En el marco de las guerras civiles entre unitarios y federales, las divisiones internas en Salta debilitaron el poder de Güemes, facilitando la penetración española en territorio norteño. Los sectores poderosos de la provincia no dudaron en ofrecer su colaboración al enemigo con tal de eliminar al líder popular. José María Valdés, coronel salteño a las órdenes del ejército español, avanzó con sus hombres y ocupó Salta el 7 de junio de 1821.


Valdés contó con el apoyo de los terratenientes salteños. Güemes se refugió en la casa de su hermana Magdalena Güemes de Tejada, "Macacha", y al escuchar disparos decidió escapar a caballo. En la huída recibió un balazo por la espalda. A pesar de ello siguió con una increíble y altísima moral de combate, ya que si bien llegó gravemente herido a su campamento de Chamical intentó preparar la novena defensa de Salta, reuniendo a sus oficiales, transfiriendo el mando y dando las últimas instrucciones.


Murió el 17 de junio de 1821, con tan sólo 36 años de edad, en la Cañada de la Horqueta, cerca de la ciudad de Salta. Su muerte fue producto de un complot entre la oposición contra su política de sectores elitistas de Salta y Jujuy, y la oposición política y militar del por entonces presidente de la República del Tucumán, Bernabé Araoz. Los pedidos de ayuda de Güemes a Buenos Aires eran permanentes y siempre desoídos.


La clases adineradas salteñas le comenzaron a quitar respaldo ya que se sentían amenazadas por el poder de Güemes y sus gauchos armados, quien les aplicó impuestos forzosos sobre sus riquezas que no toleraron. Apenas unas semanas después de su muerte, sus hombres obligaron al ejército español a evacuar Salta. La Guerra Gaucha seguía en pie. Fue la última invasión realista al norte argentino con lo que Güemes —aunque no llegó a verlo— finalmente venció a sus enemigos.


De esta manera se iba para siempre un verdadero Arquetipo de la Patria, un verdadero Héroe de la Independencia Nacional cuya actuación fue realmente crucial: Sin su tenaz resistencia en el noroeste argentino no hubieran sido posibles las campañas libertadoras del General San Martín. En 1999 el Congreso de la Nación Argentina declaró el 17 de junio como el Día Nacional de la Libertad Latinoamericana mediante la sanción de la Ley 25.172, y desde 2016, se incorporó esta fecha como feriado nacional y día no laborable en todo el territorio nacional (Ley 27.258).


En su obra ‘Martín Guemes, el héroe mártir’ (Ed. Ciudad Argentina, pág. 325), el licenciado en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, Luis Oscar Colmenares, afirma: “Los argentinos necesitamos conocer debidamente nuestras raíces. Sólo así podremos captar en su plenitud los fines que persiguieron los fundadores de la patria, los sacrificios que fueron necesarios realizar, los múltiples obstáculos que debieron superarse, los logros obtenidos y los fracasos sufridos. Si conocemos nuestras raíces estaremos en condiciones de captar íntegramente el mensaje de los próceres de la emancipación, muchas veces presente especialmente en sus obras. Hubo quienes dispusieron de muy poco tiempo para escribir, como fue el caso de Martín Miguel de  Güemes”.


Fue un gran colaborador en el proyecto emancipador del General Don José de San Martín, un innovador estratega militar. Su descomunal valentía y arrojo en pos de la unidad nacional provocó la admiración y el odio de muchos. Ante un nuevo aniversario de su muerte… ¡Gloria eterna al Líder y Conductor de la Guerra Gaucha! ¡Gloria eterna al Héroe de la Independencia Nacional!




Darío Coria, profesor de Historia y Ciencias Sociales.

jueves, 1 de mayo de 2025

DÍA DEL TRABAJADOR, POR UNA REIVINDICACIÓN NACIONALISTA


Antecedentes históricos


La conmemoración del Día del Trabajador se remonta a la ciudad estadounidense de Chicago. Hacia la segunda mitad del siglo XIX no había límites para la explotación industrial capitalista en EEUU, cuyas jornadas laborales, de 6 días, duraban entre 12 y 14 horas. Esta situación, agravada por la crisis económica de la década de 1880, generó una serie de fuertes protestas. Bajo este contexto, el sindicalismo norteamericano empezó a reivindicar la jornada laboral de 8 horas, pero al ser rechazada por el presidente Stephen Grover Cleveland (1886-1889) se decidió realizar una huelga general para el día 1° de mayo de 1886.


Chicago fue la ciudad baluarte de la misma, en donde más de 80.000 trabajadores realizaron una masiva marcha, liderados por el sindicalista anarquista Albert Pearsons. Cerca de 12.000 establecimientos industriales se paralizaron a lo largo de todo el país, alcanzando la ciudad de Chicago su punto más álgido de tensión el día 4 de mayo, al producirse una sangrienta manifestación con incontables muertos y heridos entre obreros y policías. Como consecuencia de estos graves hechos, el presidente republicano Cleveland decretó inmediatamente el estado de sitio y hubo miles de obreros detenidos. Finalmente, en 1887, y con Albert Pearsons a la cabeza, ocho cabecillas sindicalistas anarquistas terminaron en la horca, la cadena perpetua o los trabajos forzosos luego de un simulacro de juicio. Fueron los denominados “Mártires de Chicago”, de ahí el origen de la conmemoración del Día del Trabajador.



El concepto de Trabajo


En la consideración de fondo, el interés supremo de una Nación siempre debe estar por encima de todo egoísmo individual o sectario. Y en tal sentido, el Trabajo debe ser considerado como la fuente de riqueza más importante de un país, en donde el dinero nunca va a tener valor alguno si no se concibe como fruto de aquel. Todos los bienes existentes de la Nación, tanto el abastecimiento básico de su población como así también su nivel cultural, siempre dependerá del Trabajo y de la producción que la Comunidad en cuestión sea capaz de generar. Muchos de los males modernos -como la desocupación o la pauperización salarial- son producto de una inversión anti-natural generada por el mismísimo sistema capitalista.


Por otra parte, subsidiar el desempleo como práctica demagógica partidocrática (práctica sistemática a la que hemos estado acostumbrados los argentinos) quita el sentido de nobleza al Trabajo, lo degrada, y da como resultado una manifiesta inmoralidad social. Una típica práctica demagógica-populista, que por su bajeza e inmoralidad genera que se subvencione la pereza, la ineficiencia o la ineficacia. Pero a su vez no es el Capital ni las posesiones materiales lo que constituye lo más importante en la vida (como falsamente lo pretende el sistema plutocrático-capitalista especulativo). Lo determinante siempre será la capacidad del potencial laboral que se posea: la aptitud física y mental como así también el talento creativo y práctico. Y esa capacidad de potencial laboral siempre deberá estar garantizada por el honor, la lealtad, el saber, la voluntad, el sacrificio, la responsabilidad, el sentimiento, el carácter y la retribución justa.


Es en abierta oposición a una real Soberanía Política nacionalista (que en su matriz esencial rechaza toda dependencia hacia los centros financieros plutocráticos) en donde el liberal-capitalismo se muestra como un sistema idólatra del dinero, cuyos valores consisten en medir al Hombre solamente por la cantidad de bienes materiales que posee. Pero un Pueblo se realiza como tal solamente a través de una actividad laboral sana y justa, vale decir, mediante una actividad que tiene como fin en sí concretar un objetivo coherente y trascendental de vida. Porque un compatriota desheredado, marginado y excluido de la sociedad siempre guardará resignación, rencor y hasta desprecio por su Patria.


Para un país verdaderamente libre primero estarán los principios espirituales -como el Honor y la Lealtad- antes que los detalles materiales o comerciales. Una persona honorable siempre será aquella que cumpla con el deber de trabajar, aquella que a través de su comportamiento demuestre ser digna y estar a la altura de su posición laboral. Y como consecuencia de ello se debe poner énfasis en el cuidado de cada compatriota dentro del ámbito del trabajo; en su integridad y grado de realización para la vida. Por eso no se trata de ubicar indiscriminadamente a personas en puestos elegidos al azar o creados sin ninguna planificación previa. Además, el talento superior es el que realmente debe acceder a los puestos de mando.


De una forma más global, la economía de un país no es lo determinante en la vida de un pueblo. No son las condiciones económicas las que determinan las relaciones sociales. El internacionalista Kiselly Mordecai –conocido por su pseudónimo Karl Marx– sostenía en su falso análisis del sistema capitalista que la economía es la infraestructura de una sociedad, es decir, que es el gran condicionante de todo lo que ocurre en la misma. Pero es absolutamente todo lo contrario. Son los conceptos espirituales y morales los que determinan las relaciones económicas y por ende el tipo de relaciones sociales.


En la Argentina actual del ajuste, de servilismo a las Altas Finanzas Internacionales, de indiferencia real hacia los trabajadores, del saqueo en suelo patrio por parte de la Usura Internacional, se debe anteponer el deber y la lucha por un Orden social-patriótico, con renovados esfuerzos, sin claudicar. Se es verdaderamente nacionalista solamente por el alto grado de sacrificio que se está dispuesto a hacer por la Patria. Un país infinitamente mejor al actual que tenemos es perfectamente posible pero a condición de que exista una sincera voluntad de construirlo.


El tipo de producción siempre dependerá de un talento, de las potencialidades psíquicas de un Pueblo y de su posterior perfeccionamiento mediante la educación y la formación profesional. La obligación esencial del Hombre siempre va a consistir en emplear la capacidad que le ha sido dada por la naturaleza en actividades que redunden en el mayor beneficio posible para la Comunidad que lo cobija. La calificación y la recompensa nunca deben estar expresadas por el Estado en la forma y en el modo en que una persona lleva a cabo su trabajo, sino en la lealtad y en la dedicación, en el entusiasmo, la constancia y la responsabilidad con que se cumple la obligación de trabajar, parámetros que sí son los verdaderamente valederos para el respeto de toda verdadera dignidad humana.

 

Darío Coria, profesor de Historia y Ciencias Sociales.





Darío Coria, profesor de Historia y Ciencias Sociales.



lunes, 28 de abril de 2025

LIBERALISMO Y MARXISMO, DOS CARAS DE UNA MISMA MONEDA

 

El individualismo, como corriente moral, filosófica, política e ideológica que exalta al individuo por sobre el Estado, la Comunidad y la Economía, ve en el individuo la medida de todas las cosas. Se refleja en el campo económico bajo la concepción ideológica de liberalismo, afirmando que el ser individual necesita completa libertad para su desarrollo. El punto de partida se halla en las corrientes intelectuales de los siglos XVII y XVIII, en el marco de los grandes descubrimientos; el progreso en la experimentación de las ciencias naturales; el relegamiento de la metafísica; el aflojamiento de los lazos religiosos y la disolución de los vínculos profesionales que en la Edad Media ligaba a los hombres. 

El racionalismo ilustrado, como defensor de una religiosidad y una moralidad laica, coloca a la razón como fundamento de las normas jurídicas y de las concepciones del Estado. Si se habla de religión natural y de moral natural, se habla también de derecho natural. Y si los principios éticos y jurídicos son naturales, también lo serán aquellos principios que economistas como Francois Quesnay (1694-1774) resumirán en el pensamiento fisiocrático, cuyo núcleo esencial está en la fórmula liberal: Dejar hacer, dejar pasar. La propiedad privada y la libre competencia son naturales, mientras que es contrario al “orden natural” cualquier intervención estatal que tienda a bloquear o a obstaculizar estas leyes naturales. La función del Estado o del soberano debe limitarse a quitar los obstáculos que impiden el normal desarrollo de ese orden.


Tanto el liberalismo como el individualismo encontraron su desarrollo en las teorías de la fisiocracia  y en las teorías de la escuela inglesa clásica de la economía política, con Adam Smith (1723-1790) y David Ricardo (1772-1823). Según estas teorías la exaltación del bien privado como norma debía conducir al mejor y más armónico desarrollo de las sociedades. Se quiso liberar la economía de todas las ataduras y tutelas mercantilistas, y se aceptó que de la libre actividad de los individuos nacería un nuevo mundo organizado, capaz de hacer feliz a todos los hombres. 


Pero de tal libertad se arribó al libertinaje. La técnica y el desarrollo del capitalismo han conducido a la desigualdad social y al desaprovechamiento del poderío social. La economía capitalista se originó en un espíritu que subordina todo medio, técnica y economía, capital y trabajo, al servicio de los objetivos del dinero, a una plutocracia internacional. El individualismo influye perniciosamente sobre la concepción del Estado y la vida social. Su concepción de Estado se apoya en los partidos políticos, en donde las personas -que el individualismo ha atomizado-, se convierten en masa, mayoría amorfa.


Comienza así la perniciosa realidad del número y del azar. La responsabilidad es relegada y el gobierno se convierte rápidamente en una masa de funcionarios autómatas. En el individualismo/liberalismo los valores económicos son considerados como los más altos y dignos: El éxito económico llega a ser determinante para la apreciación del hombre. Aparece el “homo economicus”, cuya más elevada finalidad es la satisfacción de necesidades.


En paralelo, el marxismo representa la consciente tentativa de eliminar en todos los campos de la vida humana la sobresaliente importancia de la personalidad para sustituirla por el número de la masa. Según Karl Marx (1818-1883), todo es materia y el pensamiento mundial es nada más que el reflejo del mundo material. Verdades absolutas y eternas deben ser rechazadas. En la concepción materialista de la historia, la historia precisamente de una época no deriva de la religión, la filosofía o la política, sino de la actividad económica: Las relaciones materiales, económicas, son determinantes para la historia de los pueblos.


Sobre el fundamento de estas relaciones materiales dentro de la concepción ideológica marxista se erige la llamada superestructura de la sociedad, formando parte de ellas la religión, el derecho, la moral, la política, la cultura, la ciencia, etc. El ámbito total de la cultura es, según ello, inequívocamente determinado por la economía. Toda la vida social es la historia de la lucha de clases, en donde el progreso se logra supuestamente por la lucha de una clase contra la otra. En esa vida económica no se encuentran compatriotas sino siempre explotados y explotadores. Así el marxismo ha avasallado el espíritu, destruido la bondad y excitado los más bajos instintos sociales. Empresarios y trabajadores se consideran enemigos y no miembros de un pueblo.


En el enfoque materialista, liberalismo y marxismo son dos caras de una misma moneda. El liberalismo es el padre del marxismo, y éste no hubiera surgido sin la acción previa de aquel. Ambos son meros instrumentos de la oligarquía financiera internacional, de los grandes intereses financieros que dominan y se reparten el mundo en esferas de influencia.


En el prólogo del libro Cómo funciona realmente el mundo, del autor Alan B. Jones (Ed. Segunda Independencia), sostiene Santiago Roque Alonso Tcnl (R): “La materia prima o el mecanismo controlador de la plutocracia internacional lo constituye el dinero. Lo crea de la nada, lo reproduce geométricamente por el ejercicio de la usura y el endeudamiento permanente, monopoliza su regulación mediante el FMI, el BM o el BID, a los que también domina a través de los gobiernos. De esta forma, el dinero ha pasado a ser la medida de todas las cosas. Es el instrumento que le permite a la plutocracia internacional crear y manipular la opinión pública con los medios de comunicación bajo su control, comprar los partidos políticos mediante su financiamiento y penetrar y manejar muchos de los sindicatos obreros”.



Darío Coria, profesor de Historia y Ciencias Sociales.


martes, 18 de marzo de 2025

PRAXIS DE LA ECONOMÍA ORGÁNICA NATURAL

 

La economía orgánica -como concepción anti-individualista y anti-liberal-, se fundamenta en su paradigma “el Bien Común debe prevalecer sobre todo bien privado”. Rompe con los esquemas económicos materialistas liberales y marxistas. El capital debe estar siempre subordinado a la Soberanía de la Nación, y no el capital ser el amo de la Nación bajo un paraguas internacional o bajo lo que vulgarmente se conoce como “leyes del mercado”. Bajo el actual sistema económico capitalista el pueblo vive para la economía y la economía se halla al servicio del capital agiotista-especulativo internacional. Las inversiones extranjeras pueden ayudar al crecimiento de un país, de ello no cabe la menor duda, pero es falaz el argumento de que las inversiones extranjeras son “vitales” y “únicas” para que la Nación salga adelante (discursos de izquierdas a derechas si los hay).


¿Qué debe realizar entonces un Estado que asume con fuerte decisión poner en práctica una economía orgánica natural? Siendo fiel a esa ética y moral social anteriormente señalada, lo primero será atender lo urgente, lo lastimoso e indigno de la Nación generado pura y exclusivamente por políticos miserables: Atender a la masa de desocupados, pobres, indigentes y jubilados mal retribuidos en todos sus años de aporte. Arbitrar los medios para poner a trabajar y capacitar a los desheredados bajo un estratégico y estructural plan de obra pública a lo largo y ancho del país, como así también generando subsidios genuinos para trabajos en el sector privado. Ello en lo inmediato.


En lo estratégico y de fondo, establecer un patrón de emisión monetaria Peso-Trabajo en donde sólo se emita dinero para pagar el trabajo realizado (mecanismo dinamizador de la economía que no genera inflación). El respaldo de esa emisión monetaria se apoya en el trabajo productivo y en la riqueza real de la Nación. Este patrón monetario termina así con el descalabro de que siempre se va a depender de una permanente entrada de dólares para que no se devalúe la moneda nacional, lo que equivale a cortar de raíz el accionar de parásitos especulativos, de la Alta Finanza globalista que por el motivo que sea siempre fugan dólares. La Internacional del Dinero no tiene Patria.


¿Cómo se puede implementar lo anterior si no se posee un Real Señorío de lo Propio (al decir de Jordán Bruno Genta)? Para cortar con esa economía de gobiernos gerenciadores del más crudo capitalismo (tecnócratas de la plutocracia internacional), la clave estará en cortar de raíz el agio especulativo estableciendo con fuerza de ley la figura de ‘terrorismo económico’ para el interés (la usura), para todo crecimiento de dinero que se realiza sin el más mínimo esfuerzo productrivo. Lo segundo, y en paralelo, será nacionalizar los resortes vitales del funcionamiento de una economía, pero no en un sentido colectivista burocratizante (al más puro estilo comunista o filo-comunista) sino en el sentido de regir una economía para que la misma sea orgánica, natural, en función de intereses estratégicos de crecimiento geopolítico.


La palabra de orden es PROTEGER. ¿A quién concretamente? A los habitantes que hacen grande al país. ¿De quién? Del capital internacional y sus “leyes”. En este sentido cobra vital importancia el establecimiento de un férreo proteccionismo industrial, que a modo de ejemplo puede inspirar mucho la Ley Nacional de Aduanas establecida bajo el gobierno del Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas (ley sancionada en diciembre de 1835). Un proteccionismo ajustado solamente en aquellos productos que el país es capaz de fabricar, garantizando así su desarrollo como otra de las grandes metas prioritarias. Ello arrastraría a un comercio exterior que exportaría producción nacional, valor agregado. Y en tal sentido, una de las grandes falacias de los economistas y políticos liberales es hacernos creer que las grandes potencias mundiales son liberales y no proteccionistas.


¿Qué función cumplirían entonces los bancos? A diferencia de la banca usurera ya conocida, los “bancos nacionalistas” se desarrollarían sobre principios ético-económicos-legales, siendo un sistema financiero diferente basado en la solidaridad y la moral hacia el compatriota y no puesto al servicio del individualismo egoísta capitalista. Tendrían como primera norma la prohibición de pagar y de recibir interés por el dinero. Establecer un sistema de crédito justo que permita el desarrollo de la economía, valga decir, la captación de capital en depósitos diversos; inversiones lícitas productivas en función de las reales necesidades de la Nación; distribución de utilidades y/o pérdidas.


El banco se estaría asociando con un determinado capital con un trabajador, prestándole dinero sin interés para un emprendimiento determinado, con una distribución fija de las utilidades para ambas partes. En caso de pérdidas, o quiebra, el banco pierde el capital y el trabajador su esfuerzo o trabajo. Ambos pierden. En caso de ganancias se distribuye proporcionalmente el capital invertido. Los depósitos se pueden atraer a estos bancos nacionalistas ofreciendo incentivos: Dar algo, en dinero o en especie, por los depósitos libres de interés (depósitos libres de usura); ofrecer a los depositantes reducción o exención en el pago de cargos por los servicios del banco; dar prioridad a los depositantes en las facilidades que brinda la institución bancaria.


En paralelo, se hará vital sancionar una ley de prohibición de endeudamiento hacia el extranjero (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial u otro órgano internacional globalista), desterrando para siempre esa cultura de endeudamiento que tanto daño le ha hecho al país. En todo lo señalado la Argentina se inserta con su estructural y parasitaria Deuda Pública Nacional, con el agravante de que la Deuda Externa se contrajo de manera ilegítima e ilegal conforme al histórico fallo de la justicia argentina del 14 de julio de 2000, deuda originada desde el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) y que creció de manera exponencial con los sucesivos gobiernos civiles pseudo-democráticos desde 1983 en adelante. Así como están los esclavistas están los pagadores seriales que históricamente han rendido tributo a los jerarcas de la Usura Internacional. La Deuda Externa se deberá pagar en lo lícito que se deba pagar, no es su estafa.


El Estado nacionalista debe buscar un equilibrio entre lo público y lo privado. Debe dejar de crecer por crecer, debe terminar de ser elefantiásico, burocratizante, lleno de personas que no cumplen un verdadero rol de trabajo, lleno de parásitos. Debe cortar partidas presupuestarias innecesarias (muchas de ellas verdaderas roscas políticas), debe buscar siempre el superávit fiscal como también meta prioritaria y equilibrio ordenador de cuentas públicas. Cortar con la cultura de gastar sin medir el endeudamiento que ello genera. Como consecuencia, al haber cuentas públicas equilibradas se podrá realizar la eliminación de impuestos innecesarios, degradantes, y de esta forma se podrá implementar otra medida fundamental: El establecimiento de una carga impositiva básica y progresiva.

  

Para un Estado que pone en práctica una economía orgánica natural, la tierra no es una mercancía ni un simple factor de producción, es una parte vital en la vida de cada uno de los pueblos. Tampoco es un bien de renta, es un bien de trabajo. A su vez, campesino es todo aquel que trabaja su terruño de manera incondicional y por arraigo. Por consiguiente, el título honorífico de “campesino” debe corresponder por derecho propio a todo aquel argentino vinculado a su tierra. El ciclo económico debe respetar siempre las etapas de producción, industrialización, comercialización y consumo. De nada valdría a los chacareros producir si en el país no hubiera consumo o si la exportación no insumiera al remanente de su producción. 


De lo anterior se plantean las siguientes ideas-fuerza: Adquisición de tierras productivas para argentinos; prohibición de su utilización para la especulación financiera o para generar cualquier tipo de renta sin trabajo, aboliéndose las hipotecas de tierras a prestamistas privados; fomento de asociaciones cooperativas para el comercio mayorista de productos primarios, precios, suministro de maquinarias u otros elementos para el desarrollo rural; formación y capacitación profesional adecuada; otorgamiento de créditos estatales para el desarrollo productivo rural; nacionalización o expropiación –según el caso– de tierras en posesión de no-argentinos agiotistas; establecimiento de un férreo proteccionismo arancelario en defensa de la producción primaria local.


Es el Capital Humano, el Pueblo, el mayor activo para lograr y mantener grados de libertad e independencia sobre los intereses extranjeros financieros colonialistas. Es el Capital Humano formado no solamente en aptitudes técnicas o científicas, que son fundamentales para el desarrollo económico, sino también en valores humanos y culturales, en la conservación de las tradiciones; en un Estado que tiene la obligación moral de privilegiar el desarrollo humano, de hacer realidad un Pueblo fuerte y digno, de poner en práctica con escoba de hierro una economía orgánica natural.




Darío Coria, profesor de Historia y Ciencias Sociales.


domingo, 9 de febrero de 2025

TEORÍA DE LA ECONOMÍA ORGÁNICA NATURAL

 

La economía no debe considerarse como un ente autónomo o como un proceso natural que se desarrolla según sus propias leyes. Debe ser entendida e interpretada simplemente como un medio, una herramienta para arribar a un fin. En lo inmediato, su finalidad reposa en la satisfacción de necesidades humanas, no en la rentabilidad (hoy por hoy lo único decisivo para la producción de bienes). En lo fundamental, y de fondo, es aquella que genera por su propio accionar la grandeza espiritual, ética, moral y física de un Pueblo.  


En abierta oposición a la ideología del liberalismo, toda economía sana debe rechazar el concepto individualista de ganancia monetaria y de rentabilidad como fines económicos absolutos en sí. Abrazar estos paradigmas capitalistas equivaldría entonces a negar el interés de la Comunidad y considerar el interés especulativo y agiotista del gran Capital. La vida económica (como la vida humana misma) solo debe ser concebida en Comunidad. Y toda Comunidad solamente puede desarrollarse si dentro de ella cada miembro se compenetra con espíritu de sacrificio, vale decir, si cada compatriota se desenvuelve con visión de conjunto.


Como consecuencia de lo anterior, la política económica representa una doctrina de servicio, de valor y de energía que saca sus fuerzas de las entrañas mismas del Pueblo. Por eso a toda actividad económica le debe competer el desarrollo de todas las fuerzas éticas, morales y anímicas de la Nación. No se trata entonces de que la economía procure sacar ventajas en los individuos, tampoco de poner en primer lugar la mejor y más barata provisión de bienes materiales, sino que estén decididamente en primera línea la Dignidad de todos, la Independencia y el Honor Nacional. La economía se concibe como una creación cultural formada por una libre decisión de la humanidad. Reposa en el libre arbitrio del libre querer de los hombres.

 

Una economía orgánica es aquella en donde el Pueblo no vive para la economía y la economía no se subordina a la rapiña y expoliación del Capital Internacional, sino muy por el contrario: es el Capital el que sirve a la economía, y la economía la que sirve al Pueblo. Este es el motivo por el cual debe subordinarse a un Estado (garante de lo anterior). Se desprende así que el Estado no actúa “porque sí” sino que lo hace por ser el regulador, el conductor y guía de esa economía ética-social en su totalidad.


Toda política económica siempre será correctamente dirigida si las medidas estatales sostienen y fortalecen los valores de la nacionalidad. No se trata, entonces, de que la economía procure ventajas a los individuos. Tal como lo sostuviera en su momento el Papa Pío XII (1876-1958), el hombre como persona tiene derechos que deben ser defendidos contra cualquier atentado contra la Comunidad que pretendiese negarlos, abolirlos o impedir su ejercicio. El verdadero Bien Común se determina en el equilibrio entre el derecho personal y el vínculo social.


Por consiguiente, el gran paradigma rector deberá siempre ser “el Bien Común debe prevalecer sobre todo bien privado”, lo que debe entenderse en el sentido de que el natural interés por la ganancia no debe lesionar o despreciar (tan siquiera mínimamente) el Bien Común, el Bien del Estado y el interés de la totalidad. Se debe apuntar, y con exigencias rigurosas, a una conciencia ética y moral de los que actúan en la vida económica. Se suman como presupuestos básicos el reconocimiento de la propiedad y el respeto por la libre iniciativa creadora, en rechazo abierto a toda idea de socializar desde un Estado burocrático y elefantiásico, cuanto no dictatorial, la mecánica de la producción.


La noción de ´Bien Común´, ausente el individuo como sujeto de derechos inalienables, queda enmarcada en las condiciones que favorecen el ordenamiento vital de la Comunidad, en donde otro paradigma rector se impone: “Derecho es lo que beneficia al Pueblo; injusticia es lo que lo daña”. Se subordina toda iniciativa económica individual a las exigencias vitales de la nación descritas. Se “colectiviza” solamente la sustancia del derecho. A su vez, la personalidad libre, creadora y responsable debe ser el fundamento de toda la conducción económica del conjunto. Pero esa personalidad libre y creadora no tiene derecho a pensar solamente en sí misma. Debe subordinarse sí o sí en los más elevados fines estatales en el terreno económico.


La economía orgánica parte entonces de una concepción anti-individualista de la vida social y económica. El individuo por sí sólo no representa nada sino como miembro de una multiplicidad y de una totalidad supraindividual, de la Nación, del Estado; de la exigencia de la estructuración orgánica de la economía en el Estado. Por eso son fundamentales los factores morales y culturales en la consideración de la economía, y a la vez el rechazo de esa consideración de la economía que hace hincapié en una libertad individualista desapegada de las manifestaciones de la cultura y del devenir de la vida misma.


Tanto la ética económica como la conciencia de la unión nacional deben compenetrar la totalidad de la economía. Para ello debe haber un Despertar del Espíritu dentro de la mismísima Comunidad, debe haber un espíritu económico, una ética económica, una formación de la conciencia de la responsabilidad hacia la totalidad. Un desarrollo hacia el futuro, fluido y pleno de sentido partiendo de un pasado. La condición determinante también sería que tanto el Capital como el Trabajo -con las características de la actualidad, en estrecho y mancomunado abrazo- sean el motor de la grandeza de la Patria.


 En definitiva, para que exista una economía orgánica natural deben existir requisitos éticos vitales impulsados por un Estado con profunda sensibilidad social, para llevar al Pueblo a un nivel de vida superior en el sentido amplio y pleno de realización: La instauración de un verdadero Orden ético-social-económico nacionalista.




Darío Coria, profesor de Historia y Ciencias Sociales.

LA CASA HISTÓRICA DE LA INDEPENDENCIA

  El edificio histórico fue construido durante la época colonial. La ciudad de San Miguel de Tucumán se fundó inicialmente en Ibatín en 156...